lunes, 9 de junio de 2014

09/06

Ni te imaginas
lo jodido que es ir quitándole minutos al día
para poder desecharlos a cada puesta de Sol
hasta que vuelva a reflejarse en cuatro ojos, en vez de dos.
Intentar ignorar el eco de mis pensamientos
que buscan con las manos extendidas, anhelantes
aunque sea la punta de los dedos de tus fantasmas
para ser amantes más allá de las sábanas.
Y dejar, por una noche, de beber los vientos por tí
para irme a beber con otros, otros aires
y escapar, por un mísero rato
de la almohada que duerme sola a mi lado.
Porque puedo desnudarme y quitarme la ropa
y entregarme a las estrellas una noche sin Luna
pero no puedo arrancar el abrigo de tus recuerdos
que se aferran a mi piel fieros y sedientos.

Puedo inventarme mil planetas
y perder el resuello buscando la forma de huir
para acabar preguntándome ¿huir de qué?,
si tu ausencia la llevo conmigo en la maleta
esa maleta de mis carencias
porque cuando me voy después de haber sido uno contigo
no importa que me vaya un año, un mes o tres segundos
ya te has quedado algo
que creía (ingenua) que era mío.

Y es que poco me queda de mi propiedad
poco más que la libertad de elegir
-aunque esa decisión ya la tomó mi pecho por mí-
darte todo lo que soy, que no lo que tengo
porque la palabra pertenencia no la conocen nuestras bocas
que parece que ya solo se conocen entre ellas.

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